Personajes ficticios

Personajes ficticios

Las obras de ambientación histórica combinan personajes reales y ficticios. Aunque no sean estrictamente históricos, éstos últimos deben ser realistas: coherentes con su ámbito geográfico, su cultura y su tiempo.

Conseguirlo no es nada fácil; requiere un exhaustivo trabajo de documentación y un profundo conocimiento de la época. Ambos factores son imprescindibles para crear personajes ficticios bien ambientados, así como para resaltar a las figuras históricas, pues no siempre las crónicas de que disponemos bastan para definir por completo su personalidad.

En El Jardín de Hipatia encontramos a varios de estos protagonistas que, aunque no emanan de las fuentes históricas, sí se comportan, piensan, odian y aman como hombres y mujeres de su tiempo. Empezando, ante todo, por el propio narrador de la novela.

ATANASIO DE CIRENE

La personalidad y los valores de Atanasio se inspiran en los de la aristocracia libia de su tiempo, tal y como se reflejan en los escritos de Sinesio. Atanasio es un perfecto compendio de las contradicciones que marcaron su tiempo, y de la búsqueda de un concierto entre el futuro y la herencia cultural de un pasado que lucha por mantenerse vivo en el alma del porvenir.

«En sus últimos años, Sinesio vivió buscando un compromiso entre sus convicciones filosóficas y sus obligaciones como obispo. Y sé que entre los muchos tormentos que lo acompañaron en su lecho de muerte se contó el de no haber sabido hallar una armonía entre la herencia de Platón y la de Cristo» 

El entorno de Atanasio

También son ficticios los miembros de su casa, como Janto, Saúl, su hermana Eliana y su madre Ruth; lo mismo puede decirse de su padre y su madre, la dama Tisbe. Por el contrario, otros de sus parientes sí son personajes históricos: Euoptio, Sinesio, su esposa y sus hijos.

LOS ALUMNOS DE HIPATIA

Los textos de Sinesio de Cirene nos han dejado constancia de un buen número de discípulos de la maestra, así como de otras personas relacionadas con su entorno. Sin embargo, dada la cronología de las ocasiones en que Sinesio viajó a Alejandría para asistir la escuela de Hipatia y su temprana muerte, es más que probable que ninguna de las personas a las que hace referencia siguieran siendo alumnos en la época en que transcurre la novela. Así pues, los nombres los miembros de la academia son personajes ficticios. En este contexto, cabe destacar a Aristónico, Isaac y los miembros de sus respectivas familias y de sus casas, como Raquel, Aarón o Rufino.

«Desde que la maestra me acogió en su academia, he descubierto algo. Mis antiguas búsquedas e inquietudes aún me nutren, pero ya no me sacian. Ella dirige mi mirada hacia un universo aún más elevado.
Incluso a mí me resulta complicado comprender cómo, en apenas unas semanas, las clases de Hipatia se han convertido en un aliento vital para mi espíritu, igual que el aire lo es para mi cuerpo.
«

TEÓCRITO Y SU ENTORNO

Los parientes alejandrinos de Teria, la esposa de Sinesio, son también inventados: Teócrito, su familia (incluyendo a su madre Dorotea) y los miembros de su casa.

«A veces, en los días soleados, su esposa Teria evoca con nostalgia el huerto de la casa de su prima, a orillas del lago Mareotis. Habla de los aromas de los plantíos y, sobre todo, del formidable reloj que vigila el paso de las estaciones. Ese portentoso artefacto la fascinaba desde niña, le hacía sentir la convicción de que el tiempo fluiría siempre entre las líneas del pedestal; y que, en consecuencia, no debía inquietarse por los días venideros.»

EL TEATRO

Otro tanto puede decirse de lo relacionado con el mundo de los espectáculos. Pese a dar abundante información sobre el teatro como fenómeno de masas, poderoso instrumento de propaganda y movilizador social, las fuentes tampoco nos han dejado información sobre las compañías de cómicos. Todos los personajes relacionados con este ámbito son ficticios, como Aspolia, Basilio, Iris, Zoe, Metodio…

«Las actrices representan una de las mayores paradojas de nuestro régimen jurídico. Portan desde su nacimiento una tara de infamia que les niega ciertos derechos básicos para cualquier ciudadano de la más ínfima condición plebeya. Mas el mismo sistema que las desprecia también las protege como a un caudal de enorme valor.»

LOS OFICIALES IMPERIALES

Nuestras fuentes nombran tan sólo al prefecto augustal, Orestes, sin mencionar a ninguno de los miembros de su gabinete. Por tanto, ciertos funcionarios imperiales son inventados: como Dión de Adrianópolis, el princeps Adriano, el tribuno Herenio, Néstor, el adjutor Nicasio, o el sirviente Eugenio.

«Muchos hombres de mi posición se sentirían halagados ante el pronóstico de encontrarse a las puertas de una carrera administrativa; pues ésta no sólo exime de las penosas liturgias públicas sino que, por añadidura, puede abrir el camino de acceso al rango senatorial.»

DÁMASO Y SU ENTORNO

Lo mismo puede decirse de Dámaso, su hermana Dafne y los miembros de su casa: su protegido Simón y su sirviente Mateo.

«A muy temprana edad, Dafne fue enviada por su familia a criarse en un cenobio, entre las vírgenes sagradas. Allí se consagró a la abstinencia, la lectura de los devocionarios, la oración y el trabajo de la rueca, hasta el momento de acompañar a su hermano hasta la capital del delta. Según todos los indicios, personifica un dechado de virtud, abnegación y modestia; hay sobrada constancia de su asistencia diaria a los oficios y su sacrificada dedicación a las obras piadosas.»

LA POBLACIÓN ALEJANDRINA

Por último, también son ficticios los pobladores de las calles y habitantes de la ciudad, como Timón, Cosme, Miguel, los miembros de la insurrección zelota, Gabriel, Margarita…

«La plebe de Alejandría es célebre en todo el imperio por su altivez y, ante todo, por su predisposición violenta que, con más frecuencia de la deseada, degenera en graves disturbios.

ALEJANDRÍA

Y, por supuesto, un personaje fundamental y omnipresente, que condensa la esencia de la novela y se respira en el hálito de todos los anteriores: la propia ciudad de Alejandría.

«Permanecemos en cubierta, sin palabras ante esta urbe desenfrenada, cruenta y espléndida, capaz de elevar el alma hasta alturas inconmensurables y de fomentar al instante las más viles pasiones. Su aliento es panacea y veneno; y su pulso aviva al mismo tiempo la carne, la sangre y el espíritu.»

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